Pues le hice caso a algunos de mis amigos, familia, iglesia, y pues decidí empezar a escribir mis días en el Seminario y toda la aventura que conlleva ser seminarista.
No puedo seguir escribiendo sin darle GRACIAS A DIOS, por todo este proceso, por poner a tanta gente que ni me imaginaba que iban a ser de demasiada bendición para mi vida, y que cada uno de ustedes han hecho este "viaje" más placentero con sus oraciones, muestras de cariño, ofrendas, regalos, palabras, cartas, lágrimas... no no no, simplemente no acabo de mencionarlos. Gracias Papá por cada angelote que pusiste en mi camino.
Hoy fue el día que me decidí sentarme un rato y escribir.
En verdad que desde un inicio era un gran privilegio para mi estar a lado de cada joven o Hermana o Hermano que aquí estudian ¿Por qué? Porque todos y cada uno de ellos merecen todo mi respeto y admiración por decirle "SI" al Señor, a ese gran reto. Y cuando uno conversa con ellos se da uno cuenta que no estaba equivocado: tienen un testimonio tremendo!
Bendigo a Dios por cada uno de ellos, que aunque la mayoría aún no conozco, me emociona el sentarme a platicar con ellos y escuchar las maravillas que Dios ha hecho con ellos, y hoy fui testigo de eso.
En el desayuno me tocó sentarme enfrente de Anita, una chava de aquí del Distrito Federal y que se está preparando para servirle a Dios como Misionera. Ella le contaba a otros compañeros cómo le había ido en su viaje misionero de verano en el país de Honduras. Lo contaba con unas fuerzas y una pasión de esas que se ven hasta en los ojos. Relataba de las vivencias que pasó en comunidades indígenas de aquel país, de como la gente en esas comunidades agradecía a Dios por los misioneros mexicanos porque ellos no se olvidaban de ellos, de cómo el grupo de seminaristas que viajaron a Honduras sí se despojaban de todo y vivían como los habitantes de los pueblos, ¿Para qué? para asemejarse más al Cristo del que predicaban.
Realmente yo estaba emocionado de escuchar su testimonio, como si uno estuviera escuchando una experiencia de David Livingstone, al punto de querer llorar junto con ella por como Dios se manifestaba en ella, en la gente, en las circunstancias. Contó de como el Misionero hondureño que los guiaba confiaba en ella, le pedía siempre un extra. Caminar por kilómetros entre la selva, atravesar ríos mojándose Biblias, cámaras, ropa, alimentos, todo para ir a alcanzar a UNA sola familia!!! Literalmente la última "casa" del pueblo, llegando al límite con Nicaragua. Donde los padres los rechazaban argumentando "nosotros no creemos en ese dios, nosotros creemos en lo que nos han enseñado nuestros antepasados". Pero la inquietud de Ana y del Misionero de viajar hasta allá era porque los hijos de esa familia sí querían escuchar de ese Jesús que NUNCA HABÍAN ESCUCHADO. Todo porque "ellos si vienen hasta acá papá, si les importamos, no nos abandonan." Eso para Anita fue suficiente para cada día cargar fuerza y viajar por horas hasta ese último techo con cuatro postes sin paredes y predicarles de Cristo.
Cuando ella contaba toda su experiencia yo me quedaba asombrado, pensando "qué hago a lado de una eminencia como Anita, que es más chica que yooooo!? Su iglesia y el Seminario han de estar orgullosos de ella." Y cual fue mi sorpresa, algo con lo que en su momento me identifiqué: nadie creía en ella. Muchos dudaron que Ana fuera capaz de ser una Misionera con todas las dificultades y pruebas con las que se topa un siervo de Dios con ese llamado. Llorando por cómo muchos le cerraron las puertas, pero ella no quito el dedo del renglón porque Dios no lo había quitado y ni lo iba a quitar.
Bendigo a Dios por sus promesas, por sus siervos, por los seminaristas que cada uno tiene una historia que contar y que sigo pensando que la mía a lado de cualquier historia de ellos es nada con lo que han vivido. Gracias Papá.
El escuchar testimonios misioneros son emocionantes, desafiantes y hasta a veces uno quisiera irse de misionero, me ha pasado. Pero Dios tiene un llamado para cada uno, y Él tiene uno para mí. Y ni Él ni yo pensamos en quitar el dedo del renglón.
A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo. Efesios 3:8